La posición defensiva no favorece al periodismo

Daniel Mazzone
4 min readMay 3, 2020

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Daniel Mazzone

La desinformación es un problema para el periodismo pero no es el problema del periodismo. Las industrias mediáticas producen los contenidos cuya circulación está hoy a la deriva, mientras la sociedad retrocede casilleros en la confiabilidad del sistema comunicacional

El descontrol de la circulación de textos sacó de cauce al discurso público desembocando en el fenómeno que dio en llamarse “fake news” y desinformación. Como ambos marbetes aluden a la información, el periodismo ha aceptado -desde mi punto de vista demasiado ligeramente- su responsabilidad en un fenómeno que lo excede y termina encerrándolo en una posición defensiva.

No hay dudas en cuanto al rol histórico del periodismo como control del poder, pero no parece haber conciencia sobre su papel en la circulación del discurso público. Y es precisamente este, el aspecto que los cambios en el entorno comunicacional pusieron en crisis. Quizá sea hora de reenfocar el problema de la desinformación, que puede ser un problema para el periodismo pero que no es el problema del periodismo, para reubicar el eje en la recuperación de aquel rol organizador.

Incomprensiones: nuevo escenario y aceptación de la voz “fake news”

En 2016 varios diccionarios ingresaron las voces “fake news” y “posverdad”, porque se popularizaron en el habla. Ninguna casualidad, el público las empleaba porque los medios lo hacían. Así de simple. Debe reconocerse que desde los propios medios se manejaron términos cuyo alcance y proyecciones estaban fuera de toda comprensión. Sin descifrar qué es lo que había cambiado, el periodismo se dejó llevó por el extraño mainstream que pone nombres a las cosas sin explicarlas ni entenderlas. Consecuencia: cuatro años después seguimos sin entender y cada vez más a la defensiva.

Sin embargo, lo ocurrido tiene explicación. Según Walter Ong (1912–2003), fue necesario llegar a la era electrónica para comprender los cambios entre las épocas de la oralidad y la escritura: “los contrastes entre los medios electrónicos de comunicación y la impresión nos sensibilizaron frente a la disparidad anterior entre la escritura y la oralidad”. O sea, son las inestabilidades del presente, las que inducen a comprender los desajustes de una época anterior.

Del mismo modo, el descontrol en la circulación actual de textos, nos permite entender cómo había funcionado esa circulación a lo largo de más de dos siglos: el rol del periodismo, y de los medios en general, fue central desde los primeros diarios del siglo XVIII.

La sociedad de plataformas hizo visible el desajuste

Si bien desde antes de 2016 las cosas funcionaban en forma inestable, fue en el año de la victoria de Trump en Estados Unidos y del Brexit en el Reino Unido, que la gota derramó el vaso y permitió visibilizar la crisis. La expansión meteórica de las plataformas neutralizó una norma central de la comunicación en la era industrial: la de que cada texto, anuncio publicitario o película, que se lanzaba a circular en la sociedad, contaba con un responsable, un autor/editor, una marca, un responsable jurídico. De modo que las transgresiones, que siempre las hubo, podían atribuirse y si era del caso, repararse o penalizarse.

Cuatro años después, el Reino Unido se retira definitivamente de la Unión Europea, vuelve a haber elecciones en Estados Unidos, e ingresamos en una inédita pandemia, pero seguimos colectivamente en el mismo estado de incomprensión, en medio de un aumento exponencial en la cantidad de textos en circulación, muchos de ellos apócrifos y aun dirigidos en forma microsegmentada a públicos vulnerables. Campea la confusión y seguimos sin un diagnóstico preciso. Y por tanto sin acertar a dar pasos significativos en alguna dirección estratégica.

El periodismo, como industria o profesión, no parece encontrar los argumentos para redirigir la pesada mochila de la desinformación a quien corresponda. Su actitud defensiva a priori, produce un doble equívoco: por un lado, acepta la malformación como surgida o perteneciente a su campo y en segundo lugar, impide pensar el verdadero fenómeno que esta crisis puso de manifiesto: que el periodismo jugó un papel histórico en la moderación del discurso público. Un rol organizador que si bien comenzó con los primeros diarios, fue acompañado por el sistema de medios de la era industrial/tipográfica/secuencial y contribuyó a ordenar la circulación de textos durante más de dos siglos. Fue el sistema de medios, con sus múltiples voces, el que determinó qué debía circular, responsabilizándose de sus decisiones.

Recuperar ese rol, que no será igual ni en similares condiciones al de la era industrial, requiere replanteos que permitan congregar fortalezas para negociar con plataformas y Estados.

Los puntos de esta agenda ya están largamente en debate, quizá todavía en forma desarticulada. Es claro que un primer punto de la agenda se vincula a la reconfiguración de las condiciones en la nueva cultura informacional/algorítmica/hipermedial, un marco general que conduce al punto álgido de la microsegmentación, verdadero núcleo de la gran confusión que algo ingenuamente llamamos desinformación. En segundo lugar, el periodismo, el sistema de medios en general, sigue siendo el gran proveedor de información y entretenimiento, un rol para el cual la sociedad lo ha legitimado largamente, pero se encuentra cada día más acotado por costos excesivos y una profusa legislación surgida a lo largo de más de dos siglos, que restringe a los medios pero no a los nuevos jugadores que carecen de marco legal específico.

Un acuerdo general entre instituciones, plataformas e industrias mediáticas, puede establecer nuevos parámetros en la transición a la comunicación del siglo XXI para superar la inestabilidad que mella el orden republicano y debilita una de sus bases: la confiabilidad en el milenario sistema de comunicación occidental.

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Daniel Mazzone

Magister UdeSA, Buenos Aires. Libro más reciente: Máquinas de mentir, “noticias falsas” y “posverdad”, Buenos Aires, noviembre de 2018