La desinformación sistemática

Daniel Mazzone
5 min readMay 7, 2021

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Ya es hora de desvincular la palabra “noticia” del concepto desinformación. Su sistematicidad corroe las instituciones y golpea en la sala de máquinas de la democracia. La brecha que introduce la desinformación sistemática se confunde como “grieta”, como si separara proyectos simétricos, y no es así.

Daniel Mazzone

El domingo 2 de mayo discutí desde un hilo de Twitter, un artículo de Daniel Innerarity, por quien tengo respeto intelectual y acuerdos reiterados desde mi cuenta de Twitter.

Su tesis se sostiene en 3 argumentos, que implican un diagnóstico y una conclusión:

1) “La digitalización ha caotizado nuestros entornos informativos”; 2) Combatir la desinformación presenta dos problemas: uno epistemológico: cómo establecer la diferencia entre opinión o noticia equivocada y mentira expresa. Y otro de legitimidad: cuándo se justificaría una intervención contra quien las propaga. 3) es legítimo combatir la falsedad consciente, pero no se debería prohibir lo falso.

Discutiré los tres puntos y propondré mi visión sobre el objeto problematizado.

El caos se debe a la desinformación sistemática, no a la digitalización

La digitalización introduce nuevas condiciones de producción y circulación de textos que pueden comprenderse. O sea que no es caótica, porque es inteligible. Veremos que la fuente que caotiza es la desinformación sistemática, que busca impedir la construcción de sentido, la operación más delicada y compleja del funcionamiento social en la sociedad abierta.

Como el punto de partida siempre determina (limita o potencia) el alcance argumental, sostener que el caos proviene de la digitalización, impide estudiar con eficacia los procesos que abre. Ese inicio es débil, dificulta integrar la naturaleza sistemática de la desinformación. Desde mi punto de vista ese carácter es clave, porque despega el concepto de desinformación de lo casual, puntual o aislado, e introduce un elemento de magnitud incalculable, con gran capacidad de daño en el corazón de la sociedad abierta.

Las instituciones democrático republicanas, provenientes de la sociedad industrial, no se previnieron de enemigos -quizá impensables- que fueran capaces de mimetizarse en la magnanimidad de sus derechos, para horadarlos y propagar el desgaste de sus mensajes corrosivos al conjunto social desprevenido.

La información deliberadamente falsa ya tiene jurisprudencia

Respecto del punto 2, acerca de cómo establecer la diferencia entre “la noticia equivocada y la mentira expresa”, es una interesante cuestión ya abordada y laudada por el Derecho hace más de 50 años y ya sentó jurisprudencia en occidente. Se trata de la doctrina de la “real malicia” que definida con brevedad, significa que quien pretenda demandar a un tercero por cargos de difamación o injuria, deba probar que la publicación cuestionada se realizó a sabiendas de su falsedad, es decir, debe probarse “real malicia”. Se origina en un caso célebre que involucró a los firmantes de una solicitada contra actitudes segregacionistas en la ciudad de Alabama, publicada en The New York Times en 1964.

Si la cuestión de la información falsa, deliberada o no, ya fue resuelta, no es ese el orden en que radica el problema.

La desinformación sistemática ataca la sala de máquinas de la sociedad abierta

La desinformación sistemática apunta a desorganizar la producción de sentido en las sociedades abiertas, y alienta la instalación de atmósferas funcionales a las fuerzas más regresivas y antidemocráticas.

La producción social de sentido se subestima porque se ignora. Intentaré su descripción sucinta: a partir de las diferentes propuestas de verdad que los medios producen a diario, la sociedad privilegia unas en detrimento de otras, que no siempre pertenecen a los mismos periodistas ni a los mismos medios. Si se sigue un hilo conductor de días y meses, se advertirá que toda sociedad abierta se va autodefiniendo a través de ese intrincado proceso decisorio ininterrumpido. Esta semiosis social requiere la misma mirada microscópica de los procesos biológicos imperceptibles para la vista humana.

Occidente no ha encontrado nada mejor que el ecosistema de medios para consensuar libremente el tipo de verdades macro que denominamos sentido social. O para arbitrar el tipo de verdades micro que, sin expresar a ningún segmento social en particular, se asumen colectivamente como expresión de las mayorías. Esto lo escribí en la revista Diálogo Político de la Fundación Konrad Adenauer, en marzo 2017.

Es decir que mediante el aparentemente inocuo intercambio noticioso cotidiano, donde intervienen voces que a veces confrontan o se diferencian en matices descriptivos, la sociedad produce, sin demasiada conciencia de ello -entre otras cosas porque el día a día nos exige ocuparnos de múltiples asuntos individuales- el rumbo histórico que como colectivo social la va a caracterizar en el futuro inmediato.

De esa semiosis sagrada se habla cuando se alude a la libertad de expresión, cuando se planifica la currícula educativa, cuando debatimos en las redes, cuando educamos a nuestros hijos, cuando se publicitan marcas, cuando se postulan eventos sociales que nos enorgullecen. El sentido no es un acto repentino, sino la sumatoria de infinidad de gestos y voluntades que encuentran formas personalísimas de expresar por sí o a través de referentes, el acuerdo con los dichos, escritos o actos de quienes mejor representan su sentir.

Los procesos a través de los cuales la producción social de sentido se constituye, se autonomizan en productos intangibles como pueden ser los registros historiográficos, que dan cuenta del itinerario social y en el que el conjunto social se reconoce más allá de matices.

En esa “sala de máquinas” en donde procesamos en forma inconsciente los hilos más íntimos de la trama social, es a donde apunta la mira telescópica de la desinformación sistemática. Ahí pega emocionalmente el relato que no se basa en hechos ni datos. A ese reducto sin custodia, apuntan los misiles de quienes no entienden o no quieren mejorar el sistema democrático republicano, sino destruirlo quién sabe para instalar qué cosa en su lugar.

No hay una grieta porque no hay dos proyectos equiparables

La desinformación sistemática no juega en el plano noticioso sino en otro más profundo y delicado, que es el de la producción de sentido. Eso lo tienen muy claro los creadores de granjas de trolls y bots que asuelan a la ciudadanía de las sociedades abiertas. La batalla de la confusión la van ganando los enemigos de la democracia, de afuera y de adentro.

Sin embargo el 5 de mayo en Los Estados Unidos fue tendencia el hashtag #RemoveTrumpJack dirigido a Jack Dorsey, de Twitter, para que bloqueara un intento de Donald Trump para introducirse nuevamente en la corriente principal, camuflado en la cuenta 45POTUS. La ciudadanía en las redes, está más alerta que la política y los medios para impedir que la desinformación sistemática continúe horadando la confianza en las instituciones y distorsionando la conversación pública.

En la batalla que se abrió en Occidente en 2014/2015, los estrategas de la desinformación sistemática lograron introducir cierto nivel de caos (ese sí ininteligible) y sobre todo lograron introducir una cuña que se bautizó quizá ligeramente como grieta. Pero no lo es, porque no separa simétricamente dos concepciones de sociedad.

Más bien lo que abre esa cuña emocional que opera sobre segmentos vulnerables de la sociedad -sin discriminar en formación educativa o concepción ideológica- es una brecha que desune y disgrega la cohesión social. Desacopla a significativos contingentes, de la búsqueda y elaboración de consensos mayoritarios, mediante la captación de voluntades con consignas aparentemente irracionales, pero que satisface inquietudes o ansiedades puntuales, al costo de erosionar la identidad individual.

Así se produce, de manera incomprensible para muchos analistas, la disgregación de sociedades, que aun en el disenso, y sobre todo a través del disenso, lograban consensuar decisiones y reconocerse en el lenguaje común de lo vivido. Las nuevas brechas impiden con frecuencia reconocer en los otros, los iguales con los que hasta ayer se dialogaba en una sintonía que no se entiende cuándo ni cómo fue que dejó de funcionar.

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Daniel Mazzone

Magister UdeSA, Buenos Aires. Libro más reciente: Máquinas de mentir, “noticias falsas” y “posverdad”, Buenos Aires, noviembre de 2018