José E. Rodó: el legado interrumpido

Daniel Mazzone
8 min readJul 15, 2021

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Daniel Mazzone

Entre 2025 y 2030, Uruguay celebrará su bicentenario, cerrando el ciclo de las independencias hispanoamericanas, que se abrió en 2010. Toda revisión del legado de Rodó (1871–1917) impone ese marco general, dada su impronta orientada a ubicar a América latina en la historia. Algunos acentos de su obra pueden sintetizarse en cuatro planos de la vida nacional y regional: 1) la advertencia de que el tiempo de holgura y entusiasmo que se vivía a comienzos del siglo XX, no estaba suficientemente consolidado; 2) su punto de vista divergente ante un debate regional que matrizó la época, como fue la disyuntiva entre civilización y barbarie; 3) su visión sobre la construcción de la institucionalidad democrática, que lo condujo a una fuerte tensión política con el presidente Batlle y Ordóñez; 4) su enfoque del patrón de selección cultural que insistía en la búsqueda del criterio propio para no entrar en la imitación de los éxitos de moda.

La región era una fiesta, pero

Entre 1852 y 1874, la población del Uruguay pasó de 132 mil a 420 mil, de los cuales 105 mil vivían en Montevideo. Y entre 1874 y 1908, los habitantes trepan a 1.042.686, o sea, 150% de incremento en 34 años. Y si bien es conocida la imagen de que el PIB de nuestros países se comparaba con los del primer mundo, no se ha informado tanto de voces críticas como la de Rodó, advirtiendo que aquella fiesta se podía terminar.

Sin duda las cifras del aumento poblacional denotaban una gran confianza en el país, ya que entre 1852 y 1908 la población creció a tasas que oscilaban entre el 3,2 y el 2,5 por ciento, mientras que la tasa de crecimiento poblacional del mundo promediaba entre el 0,4 y el 0,8 por ciento. No obstante, la obra de Rodó está perlada de luces amarillas: era una fiesta que se podía terminar si:

  • no se incorporaba adecuadamente al alud de inmigrantes
  • no se invertía lo necesario en ciencia y educación
  • no se fortalecían las instituciones democráticas
  • no se educaba con mirada de largo plazo y sobre todo con originalidad

La sociedad uruguaya debía demostrar que estaba a la altura de estos desafíos. Ese es el sentido de la obra bibliográfica de Rodó: Ariel (1900), Motivos de Proteo (1909), El Mirador de Próspero (1913), El Camino de Paros (póstumo) y de sus múltiples trabajos publicados en diarios y revistas.

Ni civilizados ni bárbaros: pueblos nuevos

En 1845, Domingo Faustino Sarmiento había planteado una dicotomía fuertemente movilizadora con su libro “Facundo, civilización o barbarie”. Sarmiento integraba, junto a Esteban Echeverría, Juan Bautista Alberdi, Juan María Gutiérrez, Miguel Cané y el uruguayo Andrés Lamas, la célebre generación de 1837, la primera en pensar Hispanoamérica desde el Río de la Plata tras la emancipación de España.

Gran admirador de los Estados Unidos –Sarmiento llegó a contratar maestros de esa nacionalidad- sostenía que nuestros países podían aspirar al desarrollo si imitaban a los países exitosos del momento, como Estados Unidos o Francia.

También Alberdi, pese a sus enfrentamientos con Sarmiento, coincidía en esa doctrina con su apotegma, “gobernar es poblar”, que implicaba convocar a ciudadanos extranjeros a radicarse en la región. Se trataba de una macrovisión influyente que se mantuvo activa y emitiendo sentido a lo largo del siglo XIX y comienzos del XX, que difícilmente haya fortalecido la autoestima del habitante de estas tierras.

Rodó optó por eludir el encerramiento dilemático y apeló a una reformulación inteligente: definió a nuestros pueblos como nuevos, es decir, jóvenes con todo el derecho a la prueba y el error al experimentar en su interacción con el mundo desarrollado.

Para Rodó revestía suma importancia sentar las bases de una fuerte autoestima, sin la cual difícilmente podían encararse con éxito los desafíos que enfrentaba la sociedad uruguaya de entonces. No es ninguna casualidad que Motivos de Proteo se orientara a potenciar la estabilidad psicológica y emocional de los jóvenes.

No obstante, su punto de vista no era condescendiente. En el discurso de bienvenida para Anatole France en 1909, lejos de disimular los desniveles frente al país del visitante, Rodó los expuso sin desmerecerse:

“Ilustre maestro: Del pueblo en que os encontráis, acaso sólo había llegado hasta vos, en rumor apagado y confuso, el eco de las discordias civiles que, renovándose con porfiado encono, han dado tan claras pruebas de nuestro valor como dudosas de nuestra madurez política. Este ha sido ante el mundo el testimonio de nuestra existencia. ¡Testimonio demasiado violento, sin duda! Pero nosotros, que queremos la organización y la paz, y que marchamos definitivamente, y con fe profunda, a conquistarlas, no nos avergonzamos ni nos desalentamos por estos revoltosos comienzos, porque sabemos que ellos son, en los pueblos como en los hombres, la condición de la niñez. Tuvimos el arranque atrevido de optar por la libertad; hacemos su duro aprendizaje: tal es nuestra historia”.

Frente a las ideas en boga, Rodó recomendaba buscar el estilo propio, sin imitar ni a los Estados Unidos ni a Francia, ni a nadie. Para Rodó, esa identidad se encuentra en la nación iberoamericana, surgida de una misma matriz política y cultural. La disgregación de esa nación en 20 repúblicas más o menos débiles, fue para Rodó, el origen de “nuestro permanente desasosiego, lo efímero y precario de nuestras funciones políticas, el superficial arraigo de nuestra cultura”. Ese diagnóstico de Rodó, publicado en La Prensa de Buenos Aires en 1915, sigue incontestado hasta hoy, por las sucesivas elites de la región.

Rodó y la democracia. El duelo Batlle-Rodó

A lo largo de sus tres diputaciones por Montevideo –entre 1902 y 1916- Rodó apoyó la candidatura presidencial de José Batlle y Ordóñez en las dos oportunidades en que éste se postuló (1903–07 y 1911–15). Sin embargo sus filosofías disentían profundamente.

Ya en abril de 1903, en ocasión de la discusión de la amnistía para las tropas de Aparicio Saravia por su reciente levantamiento, Rodó pronuncia en la cámara de Diputados un discurso en el cual señala que el país no puede vivir votando amnistías, sin atacar las causas de la inestabilidad política. Y señala dos: en primer lugar, “la promesa que se hizo al Partido Nacionalista de garantir el ejercicio de la libertad electoral siempre que los partidos concurriesen a la lucha de las urnas (…) es menester reconocer, señor Presidente que, desde entonces, no se han verificado en el país elecciones generales que se encuentren en tales condiciones…”

Y en segundo lugar, señala que su partido, “el Partido Colorado debe renovar su predominio en la fuente legítima del sufragio, si se considera digno de seguir gobernando la República; porque después de cuarenta años consecutivos de gobierno, empieza ya a tomar los caracteres de una gran anomalía histórica esta perpetuación indefinida en el poder sin títulos saneados de legalidad” (Rodó, actuación parlamentaria. Silva Cencio, 1972: 61–68).

Ambos señalamientos convergen en el punto de mayor fricción entre Rodó y Batlle en cuanto a sus respectivas visiones de la democracia. Diferían en cuanto a la alternancia de los partidos en el poder, algo que para Batlle no era imprescindible y ni siquiera deseable. Rodó, en cambio, no solo hacía de la alternancia política una cuestión de principios, sino que la consideraba altamente saludable para la sociedad.

Ese disentimiento llegaría al paroxismo en torno al debate constitucional que precedió a la elección de constituyentes en 1916. En medio del debate previo, en 1912 Batlle vetó la participación de Rodó como presidente de la delegación uruguaya a la celebración del centenario de las Cortes de Cádiz. Fue el punto de ruptura que evidenció el odio –no hay un término elegante para caracterizar la emocionalidad que los dividía- y el anuncio del clima que presidiría el duelo cívico de los cuatro años posteriores. El debate constitucional condujo a la mayor derrota política de Batlle en toda su trayectoria, y al ostracismo de Rodó.

El 16 de julio de 1916, mientras los uruguayos votaban la constituyente que subrayaría la victoria de la oposición unida a los colorados no batllistas, Rodó navegaba hacia la guerra europea, como corresponsal de la revista argentina Caras y Caretas. Moriría 10 meses después, el 1 de mayo de 1917, en la ciudad italiana de Palermo, Sicilia, a los 45 años, dejando abierta una obra de dimensiones inconmensurables e inaprehensibles para el Uruguay de su época y quizá, todavía, para el Uruguay actual.

La napa más profunda: el patrón de selección cultural

Cuando Uruguay llevaba apenas 70 años como Estado independiente y la región se aprestaba a celebrar el primer centenario, Rodó percibía al conjunto latinoamericano con preocupación. Afiliado a las tesis de que la cultura tiene más que ver con el ser que con el saber, a Rodó lo preocupaba el patrón de selección, con el cual las sucesivas elites dirigentes latinoamericanas, fijaron los criterios que se pueden percibir en las decisiones que fueron dando forma a nuestra cultura.

A lo largo de toda su obra, Rodó señala dos déficits latinoamericanos, evidenciados en el patrón de selección cultural imperante en la región incluido Uruguay: 1) una afirmación de lo nacional que subordinaba la comprensión del conjunto de la nación hispanoamericana a la exaltación de los valores propios de cada país; 2) un amplio rechazo a lo ibérico, sustituido por el encandilamiento de nuestras elites por lo francés y lo estadounidense.

Nuestros países nacieron y vivieron de espaldas entre sí y fundaron vínculos individuales débiles y asimétricos con los centros de poder mundial. Este modelo de abordaje de la realidad que privilegió la diferenciación en lugar de fundar una cultura común que contaba con el activo fundamental de la lengua, hipotecó posibilidades y restringió los alcances de una comunidad de naciones que ha optado demasiadas veces por imitar los éxitos -económicos, educativos, políticos y hasta deportivos- de países de mayor desarrollo.

En cuanto al rechazo de lo ibérico, que confundió la ruptura política con la ruptura cultural, que implicaba el rechazo de más de tres siglos de historia, le ha impedido a la nación hispanoamericana encontrarse a sí misma, incluso reencontrarse con sus poblaciones originarias que precisamente en este momento parecen emerger del fondo de la historia a reclamar su lugar en varios países.

Una región que rechaza sus tradiciones sin elaborarlas, difícilmente llegue a conocerse a si misma, sostenía Rodó y a ello atribuía “el magno problema de la organización hispanoamericana”. Y agregaba: “De ella procede nuestro permanente desasosiego, lo efímero y precario de nuestras funciones políticas, el superficial arraigo de nuestra cultura”. Este texto lo publicó en 1915 en el diario La Prensa, de Buenos Aires. Su severo diagnóstico parece mantenerse, en una Hispanoamérica que dos siglos después de las fundaciones nacionales, parece más disgregada y convulsionada que nunca.

Al cerrar esta evocación de Rodó en los 150 años de su nacimiento, quizá sea del caso llamar la atención sobre una contradicción mayor: su obra, concebida para los jóvenes, permanece desconocida para sucesivas generaciones de uruguayos que lo imaginan como un literato cuyas retóricas de otro tiempo nada tienen para decirnos hoy. Por acción u omisión, es lo que ha transmitido la educación durante más de un siglo. Si esta conmemoración pretende dejar huella de su paso, bien haríamos en imaginar formas de conectar este Rodó esencial con los jóvenes. Sería un gran primer paso.

Otros textos del autor sobre Rodó:

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Daniel Mazzone

Magister UdeSA, Buenos Aires. Libro más reciente: Máquinas de mentir, “noticias falsas” y “posverdad”, Buenos Aires, noviembre de 2018